Vengo regresando de un viaje maravilloso. Tuve la oportunidad de viajar a la ciudad de San Francisco, fue un viaje con muchas emociones y para mí con muchos retos.
El primero es que añadí muchas cosas a mi "Bucket list" (lista de cosas que hacer en la vida), pero esto se los compartiré en otra entrada.
El último día fui a conocer el Palace of Fine Arts y me quedé enamorada de ese lugar, a tal grado que no quería irme de ahí y por eso me senté 30 minutos a contemplar el paisaje y llenarme de esa energía.
De ahí me fui hacia el Golden Gate Park, porque en en específico quería conocer el Japanesse Tea Garden. Faltando unos kilómetros para llegar, se me acercó una mujer a preguntarme si yo sabía en donde estaba el lago mas cercano. Revisé mi mapa y le expliqué hacia dónde estaba, pero ella decidió que quería caminar conmigo.
No voy a negar que me dio desconfianza por un momento ya que caminamos por un lugar relativamente solo. Sin embargo me permití no desconfiar, escucharla y caminar con ella.
Ella estaba de viaje y quería encontrar un lugar para meditar. Me dijo que ese día era su cumpleaños número 60 ( pero parecía de 40) y después de halagarla al preguntarle que haría para celebrar me dijo que nada, que ella vivía como si cada día fuera su cumpleaños, porque venimos a esta vida a vivir y ser felices, que yo debería hacerlo.
También me dijo que caminaría conmigo hacia el jardín japonés ya que en ese momento yo era la persona más importante en su vida porque solo estábamos ella y yo en su presente y que por algo nos habíamos encontrado.
Seguimos caminando y le pregunté cómo lograba meditar, que yo quería aprender y me respondió que no necesito aprender, que solo necesito buscar un lugar en donde pueda estar tranquila, inhalar y exhalar y permitirme sentir, ser feliz.
Al llegar a la intersección en donde ella debía ir hacia la derecha y yo a la izquierda me insistió que me acompañaría al jardín japonés y al llegar a la taquilla me dijo que ella pagaría. Inmediatamente saqué un billete y le dije que no, que era mejor que cada quién pagara el suyo y ella me dijo no, es mi regalo para ti. Lo pensé un momento pero intenté que no lo hiciera argumentando que era su cumpleaños y que era ella quien debería recibir regalos y me dijo no, yo lo pagaré porque eres mi amiga y me ayudaste, hay que ser agradecidos.
Entonces le di las gracias y volvió a decirme que también debemos de ser felices. Comenzó a caminar un poco más rápido, entonces me di cuenta que no le había preguntado su nombre y me dijo que se llamaba Sunny... Sunny Sky y entusiasmada se alejó para buscar un lugar para meditar.
Recorrí el lugar y después de unos minutos la vi sentada en esa banca escribiendo algo en su libreta y decidí no interrumpir y tomar esta foto que me serviría como recordatorio de lo que me había enseñado en esos minutos.
No volví a verla pero antes de irme me senté en la misma banca en la que ella estuvo y decidí admirar el paisaje, permitirme sentir los rayos de sol sobre mi piel, escuchar la cascada que tenía a un lado, las risas y voces de los visitantes, los pájaros, el viento, etc. En ese lugar decidí dar gracias a Sunny por aparecer en mi vida y a quien me la haya enviado. Fuimos amigas 5 minutos y me enseñó tanto que aún no puedo creerlo.
Me enseñó que venimos a esta vida a ser felices, que a veces hay que aceptar ayuda de un extraño, que no siempre es bueno desconfiar, que todas las personas tenemos algo que decir y que a veces solo somos mensajeros que debemos llegar a alguien para decir lo que necesita escuchar en ese preciso momento, que todos los días puede ser nuestro cumpleaños y que un gesto de amabilidad se regresa con más fuerza que con la que se hizo.
No sé si todo lo que me dijo sea cierto, pero su filosofía de vida tuvo un impacto en la mía.
Gracias Sunny Sky de Los Angeles, que hablas 5 idiomas "poquito", que vives tu vida al máximo y que te permites compartir con una extraña que tenía los audífonos puestos, pero se los quitó para recibir tu mensaje y aplicar tus enseñanzas.